miércoles, 27 de febrero de 2008

ROSARIO ESGRIME SU ORGULLO DE SER LA CUNA DE LA BANDERA





La bandera

El Triunvirato había aprobado días antes el uso de la escarapela blanca y celeste, decretando: "Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul celeste...". Entusiasmado, el 27 de febrero de 1812 el general Manuel Belgrano enarboló frente al Ejército por primera vez la Bandera Nacional en las barrancas del río Paraná, en Rosario (Santa Fe). Inspiró sus colores celeste y blanco en la escarapela nacional. La bandera originaria se ha perdido. Se ignora si estaba formada por tres franjas o por dos, y la disposición de las mismas. Allí, en las baterías "Libertad" e "Independencia", la hizo jurar a sus soldados. Luego, mandó una carta al gobierno comunicando el hecho. Este mismo día, el Triunvirato le ordenó hacerse cargo del ejército del Norte, desmoralizado después de la derrota de Huaqui.



El Triunvirato contestó la carta de Belgrano ordenándole que disimulara y ocultara la nueva bandera y que, en su lugar, pusiese la que se usaba entonces en la capital. Pero cuando la orden salía de Buenos Aires, Belgrano ya marchaba hacia el norte y, por esta razón, no se enteró del rotundo rechazo del gobierno a la nueva bandera.

Así, el 25 de mayo de 1812, al frente del ejército del Norte, el entonces general en jefe movilizó sus tropas hacia Humahuaca. En San Salvador de Jujuy nuevamente enarboló al ejército de su mando la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en vez del estandarte real de costumbre que presidía las festividades públicas. Allí, la bandera argentina fue bendecida por primera vez. En junio, el Triunvirato ordenó nuevamente a Belgrano que guardara la bandera y le recriminó su desobediencia.

Sin embargo, todavía hoy, “a pesar de todo”, esa bandera de diseño sencillo sigue conmoviendo hasta las lágrimas a los argentinos. Así lo prueba el texto que sigue, escrito hace unos años por mi amiga Cristina Teruel.



¡Soy tuya, a pesar de todo!
(Una anécdota muy intima)

Por Cristina Teruel

Nunca pude obtener el mejor promedio, ni en el primario ni en el secundario, por eso es que jamás lograba el privilegio de ser elegida para arriar la bandera en el Turno Tarde.
Pero siempre sentí una emoción muy fuerte en esa ceremonia.

Veía bajar lenta y majestuosamente nuestra enseña patria mientras recitábamos aquellos versos de Joaquín V. González: “Bandera de mi patria, celeste y blanca, símbolo de la unión y de la fuerza, con que nuestros próceres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra y del trabajo y la cultura en la paz (...) Vínculo sagrado e indisoluble entre generaciones pasadas, presentes y futuras; ¡juremos defenderla hasta morir antes que verla humillada! (...) ¡Que flote con honor y gloria al frente de nuestras fortalezas, ejércitos y buques y en todo tiempo y lugar de la tierra donde éstos la condujeran; que a su sombra la nación argentina acreciente su grandeza por los siglos y siglos, y sea para todos los hombres mensajera de libertad, signo de civilización y garantía de justicia!”.

¡Pero una vez ocurrió el milagro!: fue en 6° grado. Había faltado la alumna que habitualmente arriaba la bandera y no sé por qué, (aun hoy no me lo explico), la maestra miró a todo el grado y, dirigiéndose a mí, dijo: “Teruel, usted hoy va a arriar la bandera”.

Mis ojos se abrieron grandotes e inquisitivos. La maestra debe haber adivinado mi pensamiento porque reiteró “Sí, Teruel, usted, vaya”.

¡No digo que tuvieron que alzarme para que fuera, pero poco faltó! Recuerdo que era invierno, pero a mí me empezó a parecer que era verano tórrido. ¡Lo que más me traspiraba era el alma, lo juro! No les niego que hasta me daba un poco de vergüenza, porque ¡esto de arriar la bandera porque el más alto promedio del grado estaba con gripe... no era demasiado dignificante!, ¡pero, en fin...!

Decidí que era uno de esos regalos que muchas veces Dios nos concede porque nadie mejor que Él para conocer nuestra alma. Y me di cuenta que El sabía que a pesar de no llegar con el promedio de mis notas, mi patriotismo siempre exacerbado al parecer me hizo digna ante sus ojos para otorgarme semejante privilegio inmerecido. Lo cierto es que, tragando saliva, fui al patio cubierto del colegio “Casto Munita” sito frente a la iglesia “redonda” en el barrio de Belgrano y me encaminé rumbo al mástil. ¡Les juro que nunca me pareció tan alto!

Levanté la mirada y allí estaba ella... la más “hermosa, la que Belgrano nos legó, la que se paseó triunfante en todo el continente, exclamando a su paso ¡libertad!”. Y que si alguna vez vivió alguna derrota circunstancial, nunca pudo ser atada al carro de ningún vencedor (¡era 1966!) y supo ser la insignia que hizo recobrar los bríos de quien la creara, para finalmente asegurar la independencia de Argentina. La que cruzó victoriosa los Andes, la que flameó orgullosa en la flota comandada por el Irlandés Guillermo Brown.

Allí estaba... silenciosa... y más alta... de lo que yo nunca la hubiese visto. Parecía que me hubiera estado esperando, me miraba con ternura desde su sol dorado, como diciéndome: “Aunque sea por esta única vez me vas a tener entre tus manos”.

Yo tenia tan sólo 12 años, pero me sentía aun más chica, como cuando mi papá me llevaba a los desfiles y me la señalaba diciéndome con su acento valenciano: “¿Ves, hija mía?, ¡ésa es tu bandera!”.

Comencé a desanudar el cordel de nylon que la mantenía sujeta al mástil, todo el colegio comenzó a recitar: “Bandera de la patria, celeste y blanca.....”, y comencé a arriarla.
Aun siento en mis oídos el “ruidito” que hacía el cordel deslizándose al bajarla. Los pocos minutos que trascurrieron me parecieron eternos, ¡por suerte! Porque pude disfrutar ese momento con la misma fruición con que se degusta un caramelo que tarda en derretirse en la boca. Hasta que al fin llegó a mis manos.

La compañera con que la arriamos desató la bandera y comenzamos a doblarla con el cuidado que tienen los niños cuando los mayores les dan una responsabilidad inesperada. ¡El contacto con la tela me dio la sensación de acariciar los cielos de la patria! Así quedó, prolija y cuidadosamente doblada, con el sol hacia arriba que me miraba como complacido.

Comencé a caminar rumbo a la Dirección en donde se la guardaba en una vitrina, hasta que el Turno Mañana cumpliera con la ceremonia de izarla nuevamente. No me acompañó nadie, fui sola, la llevaba entre mis brazos, no pudiendo creerlo, y con el cuidado de quien tiene miedo de que se le caiga algo frágil y valiosísimo.

Abrí la vitrina, la coloqué sobre uno de los estantes, cerré la puerta del armario con llave, y me quedé mirándola unos segundos: un nudito en la garganta delataba mi emoción. Me quede inmóvil mirándola; en el fondo creo que quería eternizar ese momento inmerecido. Los hilos dorados del sol brillaban por la luz que entraba por la ventana de la Dirección, y dejé que me invadiera ese sentimiento de solemnidad que hay en las criaturas que tienen claro los sentimientos de pertenencia. Esa bandera era la que me hacía argentina, no el documento de identidad, ese paño celeste y blanco con su sol era la patria, era la gloriosa historia de la gesta emancipadora, era el sacrificio de sus héroes, era la nación... era yo misma.

Y supe que ella no distinguía entre los promedios altos o bajos, a ella eso no le importaba. Ella se entregaba mansamente a todo aquel que se emocionara ante sus colores, sin discriminar cosas sin importancia más que el amor, aquel viejo sentimiento que será capaz de salvar al mundo, como dijo Jesús.

Nunca más volví a tener ese privilegio, pero nadie podrá jamás quitarme ese sentimiento que me acompaña hasta hoy, esa sensación de ¡haber acunado la patria entre mis brazos!

Claro, hoy tengo en mi casa otra bandera argentina, pero a ésta tuve que comprarla. Pero aquélla... la de mis 12 años... fue como si hubiese querido regalarse en un abrazo para poder decirme al oído, sin que nadie nos escuchara: “¡Soy tuya, pase lo que pase!”.

P.D.: Apelo al recuerdo de nuestra infancia, todos juramos defender a la bandera, contra todo peligro y denigración, venga de donde venga.



SALUD A TODOS AQUELLOS QUE TUVIERON EL ORGULLO DE SER ABANDERADOS Y HABER JURADO EL PABELLÓN NACIONAL.

Gracias: AGENDA DE REFLEXION Nº 341

sábado, 2 de febrero de 2008

VISITA A RADIO DOS


Queremos compartir la alegría de un grupo de alumnos que fue invitado al programa de Miguel Angel Méndez, "De artistas, bohemios y soñadores...". Por la gentileza y la cordialidad del conductor, los cuatro futuros profesionales de la comunicación oral participaron del aire leyendo gacetillas, haciendo comentarios y dialogando con los noctámbulos oyentes que alentaron a los cuatro "jóvenes".

Fue una madrugada hermosa de Sábado, pues como el nombre del programa lo deja entrever, éste se emite de Domingos a Viernes de 00:00 a 06:00 por Radio Dos (AM 1230), una de las empresas que integra el Grupo Televisión Litoral S.A. y una de las emisoras más importantes del interior del país.

¡Gracias Miguel Angel "Negro" Méndez por tus consejos y aliento!