jueves, 3 de abril de 2008
Discurso fúnebre - Gesta de Malvinas
Ningún pueblo puede existir sin girar la vista atrás, sin dialogar con sus muertos, sin inspirarse en sus grandezas y apartarse de sus miserias, sin reelaborar sus afanes y tener presente sus viejos sueños para poder seguir soñando nuevos. Sin saberse, en suma, parte integrante de esa noble continuidad temporal que se llama patria y que, en la espera de la Patria celeste, hoy y aquí nos hace sentir menos solos, menos esclavos de la muerte, menos abocados a la nada.
Por eso también, ninguna nación se ha hecho grande sin honrar a sus muertos en los campos de batalla.
Hoy lo haremos con nuestros gloriosos héroes caídos en Malvinas, a través de uno de los elogios fúnebres más famosos de la historia y más brillantes de la literatura de todos los tiempos.
Escrito hace nada menos que veinticinco siglos pero de una actualidad conmovedora que muestra la vigencia perenne de las leyes de la naturaleza humana, con pocas palabras, frases densas, cargadas de sentido, altivas, sutiles, Tucídides –el exiliado historiador sofístico ateniense de la guerra del Peloponeso (460-396 antes de Cristo)- relata magistralmente el Discurso fúnebre de Pericles (Libro II, 35-46).
Gentileza Agenda de Reflexión nº 431
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