miércoles, 30 de abril de 2008
Drácula, Frankenstein y la ley de radiodifusión
by Jorge Lanata (Diario "Crítica de la Argentina, edición impresa del 30 de Abril 2008)
En el verano de 1816, Mary Shelley tuvo las vacaciones más productivas de su vida. Pasó algunas semanas en la villa de Lord Byron, en Suiza, junto a su esposo Percy y otros amigos. Hartos de los juegos de salón y de las historias familiares, el grupo organizó un concurso de cuentos de terror. En Villa Diodati, Mary Shelley soñó al monstruo, y Lord Byron escribió varias leyendas que había escuchado sobre los vampiros en los Balcanes. Byron publicó la primera versión de Drácula en 1819, aunque no se llamaba así, ni era conde de Transilvania, y Mary Shelley –hija de una feminista y un filósofo, esposa de un poeta romántico– escribió la historia de Victor Frankenstein, el estudiante de medicina de Ingolstadt que crea una vida a partir de partes de cadáveres. La de Frankenstein es, también, la historia del creador que muere a manos de su obra.
La clase política argentina no se cuenta cuentos de terror, sino que a veces los protagoniza e, incluso, tiene algunos intereses en Suiza, aunque no una villa como la de Byron. Es cierto que no hay aquí poetas románticos ni muchas chicas encantadoras, pero la alquimia de los tiempos quiso que la paradoja del monstruo volviera a repetirse: ahora el Gobierno se ha decidido a modificar la Ley de Radiodifusión. La bendita ley nació al amparo de la dictadura y creció bajo el atento cuidado de todos los gobiernos constitucionales desde 1983.
–Nuestro principal problema es Clarín –me dijeron, al menos, dos interventores del Comfer en dos gobiernos distintos.
La impunidad y la corrupción son como el aire acondicionado: uno los escucha cuando recién se encienden pero después, por arte de magia, parece que dejaran de hacer ruido. El alma y el oído parecen acostumbrarse a todo. En los primeros años de la democracia, cuando aún pretendían guardarse algunas formas, la propiedad de Radio Mitre a manos de Clarín –algo ilegal en ese entonces– circulaba, al menos, como un secreto a voces. Después, con Menem, todo se volvió legal y se aumentó de 4 a 24 el número de licencias que un solo propietario podía tener. Citábamos en aquellos años, con ingenuidad, el caso de Bahía Blanca, donde La Nueva Provincia (del grupo Massot) posee la radio AM, una FM, el canal de cable y un canal abierto, todo en la misma ciudad. Luego también eso, ilegal en cualquier país desarrollado, comenzó a ser normal. Después, a diez minutos de asumir, Néstor Kirchner postergó las licencias por 10 años y comenzó con Clarín un romance que duró hasta hace algunas semanas y tuvo dos hitos de telenovela: la aprobación de la Ley de Bienes Culturales y el lobby judicial que aprobó –hasta ahora– la fusión de Multicanal y CableVisión, permitiéndole apropiarse del ochenta por ciento del cable de la Argentina. También corrió a los codazos a los canales de noticias de la grilla y le hizo espacio a “Cristina 5 Néstor” (C5N), que también logró un asiento preferencial en el helicóptero del presidente, con la misma lógica que Menem, en su momento, le cedió a Daniel Hadad la frecuencia de Radio Municipal, que aloja a la antes hipermenemista hoy hiperprogresista Radio 10. También, en estos años, cimentó su multimedios el ex chofer Rudy Ulloa, y el grupo Vila-Manzano siguió con su política de adquisiciones en el interior.
Ahora, de golpe, el presidente Kirchner vio la luz. Es difícil creer que entonces no hubo condiciones objetivas favorables, ya que el Gobierno tiene ahora mucho menos poder que antes. Pero la luz se encendió igual, y una voz desde el cielo le dijo:
–Néstor: ha llegado el momento de volver más democrática a la democracia. (A la voz le gustan los juegos de palabras.)
Así las cosas, el proyecto de ley de radiodifusión es una buena noticia. Trabajamos por él desde hace más de veinte años, y sería incoherente no apoyarlo ahora que el Gobierno advirtió que existen los monopolios y quiere hacer cumplir la ley. Hay en la discusión, sin embargo, algunos elementos curiosos: ¿por qué 12 licencias en lugar de 24?
Quiero decir: ¿por qué 12 y no 5, o 3 u 11? Con que lógica se llega a ese número? ¿Con qué argumento se sostiene? Cuando un número es tan arbitrario, se tiende a pensar que lo es por algún motivo. ¿Es 12 porque favorece a alguien? En ese caso, ¿a quién?
¿Puede un mismo grupo tener, en una misma ciudad, un diario, una radio AM, otra FM, un canal abierto y otros de cable? En ningún país del mundo se le permitiría. La nueva ley debe atender el problema de la concentración y la monopolización de opciones. ¿Y qué pasará con internet? ¿Quedará, otra vez, sin legislarse? ¿No es internet, esa fascinante biblioteca mundial, un poderoso y nuevo medio de comunicación? En su proceso concentrador, el rol de los medios se ha ido desvirtuando cada vez más: empresarios que aparecen de la nada con dinero negro de la política, testaferros desconocidos en la industria, extorsionadores que montan imperios mediáticos. ¿El Estado ejercerá –a la hora de entregar licencias– su poder de policía investigando a quién se le dan los medios?
Si el Gobierno no tiene hoy el equilibrio suficiente para distribuir la publicidad oficial y lo hace de modo discrecional, ¿lo tendrá a la hora de entregar los permisos? ¿O será este un nuevo desfile de amigos, otros amigos pero amigos al fin? Es cierto: las leyes se discuten por lo que son y no por quienes eventualmente las aplicarán.
¿Quién podría, de buena fe, discutir que no es justo y lógico que los sindicatos, las oenegés, las universidades, las asociaciones cooperativas, tengan un medio? Ojalá pueden llevar adelante medios profesionales, eficientes y atractivos. ¿Quién podría querer taparles la boca? Una buena ley de radiodifusión, bien aplicada y que no duerma en la teoría, logrará una sociedad más justa y equitativa. Cometería un grave error el Gobierno si quiere apropiársela, si la interpreta como un camino más en su carrera por concentrar poder.
Los grandes grupos corren por el pasillo como tías al borde del soponcio: invocan la libertad de prensa; la misma que ellos violan cuando desinforman, cuando cobran por el silencio o por la palabra, cuando deliberadamente engañan.
¿Tendrán, los mismos que crearon al monstruo, la fuerza para eliminarlo? En ese caso, el final de Victor Frankenstein es desalentador: Victor persiguió a la criatura hasta el confín del mundo. Murió en un barco que lo recogió entre los hielos del Ártico. Poco después, el monstruo sube al barco y le relata sus motivos y triste historia al capitán: “No tema usted –le dice–: no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación. Dejaré su navío, tomaré el trineo que me ha conducido hasta aquí y me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo.”
Se puede construir otro final. Depende de nosotros hacerlo.
AHORA NOSOTROS: ¿SE PUEDE CONSTRUIR OTRA REALIDAD, CUANDO EN UN PAÍS LA ESTABILIDAD DE LA LEY DEPENDE DEL TOMA Y DACA COYUNTURAL; PRODUCTO DEL AFFAIRE ENTRE EL GOBIERNO DE TURNO Y EL PODER ECONÓMICO?
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